Mi infancia son recuerdos de un patio, donde madura el limonero.


Hoy duermo de nuevo en la casa donde crecí, en la casa de mi niñez. Nunca me he ido del todo, sigo  estando en casa, aunque ya no es la que era.

Está tan cambiada, y, a la vez, sigue igual.

Son las mismas estancias con distintos muebles. Dejo volar la imaginación y, ante mis ojos, aquellos desaparecen y retornan la cómoda brillante y la mesita con la tapa de mármol. El cabecero de níquel o el sillón de neas.

En mi mente hay guardado un recuerdo de cada rincón.

Tantos sueños que se esfumaron. Sólo alguno ha llegado hasta hoy, cumplido o en espera. Otros nunca serán o fueron sustituidos.

Las risas y discusiones vuelan a mi encuentro.



El patio dónde jugaba, aquella pequeña piscina que ya no está, y que aliviaba la calor del verano a cuatro niños, tan distintos, nacidos de las mismas ramas.

Sin cremas de protección solar, pero guardando las dos horas de digestión.

La hora de la siesta, sagrada.

En este patio pasé horas, días, leyendo, releyendo. La biblioteca pública tardó en llegar y mis mayores no daban abasto con tanto libro.

Hoy, en una noche estival, me he sentado a contemplarlo.

Ha cambiado, pero continúa inalterable. La esencia permanece, la esencia son las flores, son las plantas, en macetas y arriates, que mi madre aún cuida con mimo. Hace falta una mano mágica para que muestren ese esplendor. Una mano trabajada, tan fuerte entonces, tan frágil ahora.




Ahí sigue el limonero. Como en aquel poema de Machado, mi infancia son recuerdos de un patio, donde madura el limonero.

Miro al cielo estrellado. Como me gustaba tenderme y observarlo, buscar la estrella Polar y la Osa Mayor.

Observo desubicada. Es el mismo cielo, pero con menos estrellas. Siguen ahí, ocultas tras las luces artificiales de las urbanizaciones que sustituyeron a los extensos olivares. Cierro los ojos, en un intento imposible de rememorar aquel cielo de brillos infinitos.

Respiro hondo.

Estoy en casa, me siento protegida, estoy en mi hogar. No me he ido del todo, nunca me iré. Ella siempre me pertenecerá, igual que yo a ella.

Son mis recuerdos, es mi vida.

Comentarios

  1. ¡Qué bonito!
    :-)

    Y al igual que Machado se refería así al Palacio de las Dueñas donde nació, tú te refieres a tu propio «palacio» con unas palabras que solo transmiten calor y cariño, por tu casa y quienes la habitan. Me ha encantado tropezarme con tu pequeña reflexión.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por leerlo y por comentarlo.
      Efectivamente, he jugado con el recuerdo del limonero, que a todos nos evoca a Machado. Pero para mí es un elemento clave e inalterable de ese pasado que con tanto cariño recuerdo.

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Réquiem (M. H. Bañón)

A la mierda San Valentín