¡Feliz Navidad!
Ha llegado la Navidad. Época
de comidas, compromisos, compras y bullicio. Odio el bullicio. Me angustia
verme rodeada de gente, lo evito en la medida de mis posibilidades.
Soy una mujer atípica, no me
gusta ir de compras. No, no os miento. Para mí internet fue una liberación.
Navegar por la red sin tener que esquivar la bulla, encontrar lo que me gusta
sin pelearme con nadie para coger la última prenda, pagar sin hacer cola… Son
todo ventajas.
Pero este año me ha pillado el
toro. Me he despistado. Mi subconsciente me ha jugado una mala pasada. Sabe que
cada vez me gusta menos esta época, y ha jugado conmigo y con el tiempo. Esta
mañana me he dado cuenta: hoy es 23 de diciembre, mañana Nochebuena, el
siguiente Navidad. Y ahí tienen que estar los regalos como si el gordo de las
mallas rojas los hubiera traído. Lo siento, no lo soporto. Yo soy, era, de los
Reyes Magos.
Por eso estoy en este centro
comercial, otra cosa que odio. Si no hay más remedio, prefiero callejear,
buscar en tienditas algo original y diferente. Pero no tengo tiempo.
«¡Maldito subconsciente!»
Esto está hasta la bandera. Salgo
de una tienda, justo frente a las escaleras mecánicas. Intento subirme cuando
no haya nadie detrás. Soy muy patosa y siempre tropiezo. Además, me dan miedo.
Mi pie permanece en alto y miro fijamente los escalones, esperando el momento
propicio para apoyarlo y bajar sin problema. Pero, por algún motivo que no
consigo desentrañar, mi pie del 42 siempre ocupa un espacio de cada uno de
ellos y, cuando comienza a formarse la escalera, me obliga a dar un salto. Lo
mismo ocurre cuando llego abajo, siempre acabo dando una saltito para evitar
caer de bruces.
Hay mucha gente. Los dejo
pasar y me quedo la última, así evito miradas indiscretas ante mi juego de pies
y no me siento tan ridícula. Esta vez no lo he hecho del todo mal. Fijo mi
mirada en el final de la escalera, allí tendré otro problema. Observo como
todos, cuando llegan al último escalón, dan un traspié. Yo me preparo. Si todos
lo dan, el mío será mayor. Me concentro, no puedo fallar. Una caída sería
ridícula, y hay demasiada gente a mi alrededor. Y los móviles. Todos los de
delante llevan sus móviles en la mano. El de mi izquierda está viendo un vídeo
de Tiktok a todo volumen. Me giro y
compruebo que los de detrás, alejados de mí, también portan sus teléfonos.
Empiezo a sudar. Voy a ser
un meme. Me voy a caer y todos se reirán, y me grabarán, lo compartirán y se
hará viral. El mundo entero se reirá de mí. Cierro los ojos. Me concentro en
ese último escalón.
«¿Por qué todos dan ese
saltito?».
Estoy llegando. El de mi
izquierda se adelanta y salta sin llegar a pisarlo.
«¿Lo hago yo también? ¡Idiota,
si haces eso te caes seguro!».
Llego al dichoso escalón y noto
como cede un poco, se queda bajo el nivel del suelo, por eso todos saltan. Me
toca. Allá voy. Me quedo corta, voy a tropezar. No, no me he quedado corta, ha
cedido aún más y el salto debió ser mayor. Vuelvo a intentarlo y, de nuevo,
cede. Miro mis pies.
«¡Dios, es la plataforma! ¡Se
está hundiendo!».
Intento dar la vuelta y
subir en dirección contraria, pero no puedo alcanzar los escalones. Sí puedo
ver como todo el mundo corre escaleras arriba. Intento asirme al borde de la
plataforma. Alzo la vista buscando una mano amiga. Hay muchas manos… todas con
los móviles apuntando hacia mí.
Siento dolor, mucho dolor. Mi
pie del 42 está entrando en el mecanismo. Grito. Otros gritos se escuchan. Son de
los que están mirando, horrorizados, como la escalera me engulle. Pero no me
miran a mí, miran a través de sus pantallas cómo yo estoy siendo despedazada.
Grito de nuevo, el dolor es
insoportable. Se me nubla la vista, voy a perder el conocimiento.
Alguien llega corriendo y da
un empujón a uno de los espectadores de la primera fila.
«¡Por fin! ¡Me va a
rescatar!».
Se agacha, tiende la mano y…
comienza a grabar.
Ya no siento dolor. Las
luces de Navidad no son tan brillantes. Dos pensamientos se cruzan antes de
quedarme dormida:
«Voy a salir en un vídeo
viral».
«No he terminado de comprar
los regalos para que se luzca el tío gordo».
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