Miedos



Me he despertado asustada por un ruido. Un silbido se cuela entre las rendijas de la persiana, acompañado del choque de las ramas del naranjo contra las rejas de mi ventana. El aire arrecia, arrastra hojas y nubes. Trae el estruendo de la tormenta, un sonido seco que te remueve las entrañas.

El estallido de la tempestad viene precedido por un fogonazo de luz; es entonces cuando el cielo se abre y vierte de golpe toda el agua que ha guardado en su vientre durante tanto tiempo. Tan deseada y necesitada, ahora vertida sin control, nos provoca incertidumbre porque siempre busca su cauce, ese que le hemos usurpado.

El choque de la lluvia contra los cristales y las hojas de los árboles, el ulular del viento retorciendo los tallos, los truenos, hace un momento lejanos, que acaban estallando sobre mi cabeza.

Todos estos sonidos traen miedos antiguos ya olvidados. Mi corazón se desboca e intento buscar la seguridad bajo la manta. La naturaleza me ha hecho pequeña de nuevo, me ha devuelto a aquella época de temporales que llegaban sin avisar, de apagones que duraban horas y que mi madre mitigaba con velas encendidas. El recuerdo de los juegos de mesa, compartidos con mis hermanos bajo la cálida la luz de la llama, me reconforta.

Pero no hay tregua. El viento parece buscar una vía hacia el interior de mi casa. El agua choca con violencia contra todas las superficies y estoy convencida de que acabará encontrando un resquicio por el que entrar. No me siento segura, la manta que me cobija no sirve de coraza para mis miedos infantiles.

Cierro los ojos y busco en mis recuerdos. Una voz se abre paso entre el tronar de la naturaleza. Una voz cálida y tranquila que me habla suave, me recuerda que no estoy sola, que siempre estará allí para protegerme. Una figura que se sienta a mi lado, que me arropa y abraza. Mantengo los ojos cerrados intentando conservar esa ilusión. Ya no soy esa niña, ya no vienen a arroparme, hace mucho que camino sola. Pero los miedos vuelven con las tormentas que te encuentras en el recorrido de la vida, y regresar a ese momento de la niñez en el que tenías gigantes que te protegían, te ayudan a superarlos.

A la luz del día recuerdo mi sueño, o quizás no lo fue. Respiro profundamente los olores que ha dejado la lluvia. Sonrío. Y rezo, a mi manera, porque ahora me toca a mí ser el gigante, y el mayor de mis terrores es no conseguirlo.


Soledad Vela Ortega

@solev_ela


 

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